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La negación de Hitler

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La negación de Hitler. Por Stuart McMillen
En 2015, una acción global para detener el cambio climático es inconcebible. De hecho, el mundo está permitiendo el aumento de emisiones por quema de combustibles fósiles. La negación del cambio climático es rampante.
En 1938, una acción global para detener el Nazismo era inconcebible. De hecho, el mundo estaba permitiendo la expansión fascista del partido Nazi. La negación de Hitler era rampante.
Muchos nos imaginamos hoy que el mundo se apuró a detener a Hitler tan pronto se convirtió en una amenaza. En realidad, Hitler fue un peligro claro e innegable por una década completa antes que Francia y la Comunidad Británica de Naciones le declararan la guerra en 1939.
Las acciones de Hitler aumentaron en escala y crueldad, mientras el mundo no hacía nada. A medida que se acumulaba más y más evidencia, Hitler se convertía en una amenaza cada vez más clara.
La evidencia de su amenaza se acumuló como el agua detrás del muro de una represa. El volumen aumentaba sin alterar la resistencia de la estructura de lo contenía. La inercia es una fuerza poderosa.
Winston Churchill, un diputado sin cartera en el Parlamento británico, advirtió sobre la amenaza de Hitler ya en 1935. Ignorado y ridiculizado por muchos, Churchill continuó advirtiendo sobre Hitler, a pesar de ser bloqueado en el gabinete por el primer ministro conservador Neville Chamberlain. Sus colegas y el público en general rehusaron reconocer la amenaza Nazi.
Miles de razones se arguyeron para no actuar. “¡Es muy costoso!” “¡Es muy disruptivo!” “¿Por qué debemos ser los primeros en actuar?” “¿Cómo sabemos que realmente está ocurriendo?”
Estas razones dadas en los 1930s son iguales a las que, hoy en día, niegan la necesidad de detener el cambio climático. La resistencia de la represa se mantiene firme, mientras la presión del agua de la necesidad se acumula sin cesar tras el muro.
La pared de la resistencia se sostiene por aquellos interesados en que las cosas no cambien. Ellos enmarcan el debate con las presunciones y el lenguaje que les conviene. Y restringen las opciones de lo que es “posible” e “imposible”.
Hoy en día, nuestros líderes proponen metas de reducción de CO2 que en esencia permiten que los negocios sigan igual que siempre. Ellos están proponiendo soluciones “realistas” que no alteran el statu quo.
Proponen soluciones “realistas” que no detienen el calentamiento del planeta y que menoscaban la vida tal y como la conocemos.
Como Adolfo Hitler en el verano de 1939, sus planes macabros gozan de completa inmunidad diplomática.
Winston Churchill supo que la solución “realista” que no alteraba el statu quo de Gran Bretaña, estaba permitiendo que los Nazis de Hitler conquistaran a Europa. Él no estaba dispuesto a permitir tal resultado “realista”.
Churchill sabía que las medidas “realistas” eran insuficientes. En lugar de “hacer su mejor esfuerzo” y fallar Churchill supo que el mundo debía hacer lo necesario para detener a Hitler.
Churchill reformuló el debate, y por lo tanto reformuló lo que era “realista”. Así redefinió lo “posible” e “imposible”.
El muro de la inacción parece tan fuerte como siempre, el muro de la inacción detiene el agua tan efectivamente como siempre…
… justo hasta el momento final antes de que estalle.
La negación británica de Hitler terminó en septiembre de 1939, cuando la Alemania Nazi invadió Polonia. Todo cambió de la noche a la mañana.
Gran Bretaña entró en un estado de guerra total contra la Alemania Nazi. Ellos invirtieron todas sus capacidades económicas, industriales y científicas con el objetivo de ganar la guerra y vencer a Hitler.
Vencido el muro de la resistencia toda la energía y todas las soluciones que habían sido reprimidas tras el muro de la represa fluyeron con rapidez en un derrame de esfuerzo.
Todos los países aliados hicieron sacrificios para contribuir al esfuerzo de guerra, pero los planificadores se aseguraron de que todos los ciudadanos tuvieran suficiente comida y recursos para vivir dentro de límites realistas.
La movilización militar redirigió recursos de la economía británica para que sirvieran propósitos nuevos.
La población civil disminuyó el consumo de comida, materiales y combustibles para favorecer su uso en la guerra, pero gracias a las disposiciones del racionamiento, las personas de bajos ingresos gozaron de mejor nutrición que la que pudieron haber accedido previamente.
La brecha entre ricos y pobres había sido deliberadamente reducida, para fomentar la solidaridad que era crucial para ganar la guerra.
El racionamiento fue efectivo y popular, con individuos dispuestos a anteponer los intereses colectivos a los suyos propios.
La guerra total contra la Alemania Nazi habría parecido inconcebible apenas meses antes de que comenzara y sin embargo la negación de Hitler fue removida al instante, como si nunca hubiera existido.
Los intereses de largo plazo prevalecieron, a pesar del dolor y la disrupción en el corto plazo. La sociedad se unió toda junta contra el enemigo común. Y ganó.
La generación de los 1940s sacrificó temporalmente sus estilos de vida y su comodidad para que sus descendientes no tuvieran que soportar el peso completo de un mundo gobernado por el fascismo. Todo el mundo vivo hoy es el beneficiario de sus sacrificios.
Por no conformarse con “hacer el mejor esfuerzo” sino por hacer lo necesario para alcanzar el objetivo.
Hoy nuestra generación ignora de manera egoísta las necesidades de nuestros descendientes.
Nuestra actitud arrogante de rehusar actuar para detener el cambio climático es inquietantemente reminiscente de la negación de Hitler en el verano de 1939.
¿Cuándo será la explosión de nuestra represa?

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